16 janv. 2012

El Villazón de los ruedos / El José Tomás de los escenarios (Rolando Villazón en Madrid)

foto: Manuel Francisco Pérez Pérez (MFPP) - http://www.mfpp.es  

Vaya por delante que soy convencidamente antitaurina, convertir la tortura sistemática de un animal en un espectáculo no me parece propio de una sociedad avanzada. Pero ayer encontré este artículo publicado en el periódico madrileño La Razón, hace medio año, y me gustó, me gustó mucho. Porque habla de una actitud, de un modo de ser y de vivir la profesión.
José Tomás es un torero excepcional, un genio que despierta pasiones  entre sus innumerables seguidores. Está considerado la máxima figura del toreo en la actualidad y tiene entre sus características el darlo todo, el ir al límite, el abducir a todo aquel que le mira, sin remedio. Y nadie como él hace disfrutar a supúblico. 
No es, pues, extraña la comparación con Rolando Villazón. Y lo entenderéis mejor con la foto que ilustra el post (agradezco a su autor la autorización para publicarla). Esa profundidad, esa intensidad, esa cicatriz. La cicatriz de Rolando no es visible, pero muchas veces se advierte en el escenario que también tiene las suyas.

http://www.larazon.es/noticia/4602-el-villazon-de-los-ruedos


El Villazón de los ruedos

Valiente es una palabra que cuadra perfectamente con José Tomás, aunque siempre he tenido la sensación, en algún momento de su faena (y le he visto en bastantes ocasiones), de que estaba a merced del toro, que se entregaba al animal y no lo dominaba, una experiencia única que, por ejemplo, no se da en El Juli. En el mundo del toro se cuenta que existen tres claves: el diestro tiene que saber mandar, parar y templar. Y cuando no suecede así tiembla el tendido, que es lo que consigue el de Galapagar. Va con la verdad por delante y torera divinamente al natural, sin trampa, con la izquierda, la mano con la que se consiguen la gloria y el caché. Cuando despliega el capote se produce un grito en los tendidos. Lo que suceda esta tarde en Valencia (una pierna maltrecha me impedirá asistir) será el acontecimientro del siglo, casi como cada una de las actuaciones en las que Tomás se entrega para bordear de cerca el desastre. Su caso, si lo extrapoláramos a la ópera, me recuerda al de Rolando Villazón, un tenor con arrojo que es capaz de darlo todo cuando sube a un escenario, como si fuera la última noche de su vida. Se le revienta la voz. Mirella Freni decía que «hay que cantar con los intereses, nunca con el capital», y Rolando se deja el capital en la garganta, lo que le ocurre a nuestro protagonista en el albero, que pierde el sentido del tiempo, del espacio y el lugar y se emborracha de toro. Y es entonces cuando el tendido, con su arte tremendista, contiene el aliento con una figura que ya es mito. Y se respira despacio. Es lo mismo que le sucede al público en la butaca: quiere el triunfo, lo desea, pero también ansía el pinchazo en la voz, la cogida en la plaza. Y mientras espera, disfruta.
23 Julio 11 - - Antonio Moral - LA RAZÓN
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