5 juil. 2009

GLYNDEBOURNE : GIULIO CESARE IN THE COUNTRY

Foto: Marina Soprano

Nuestra amiga Glòria, y su hermana, han tenido la suerte de poder asistir a la reciente edición del Festival de Glyndebourne, y estamos encantadas de poder disfrutar de su magnífica crónica.

Asistir al Festival de ópera que todos los veranos se celebra en Glyndebourne es una aventura que puede empezar en la estación Victoria de la ciudad de Londres desde la que tomando un tren a las 13 h 47’ llegamos en una hora a Lewes, población en la que, puntualmente, ya nos espera un autocar que habrá de conducirnos al idílico paraje que acoge el espectáculo. Si por cualquier motivo, en la dinámica estación Victoria, nos asolan las dudas en lo que se refiere al tren, su número de vía y la hora exacta de salida, resulta fácil orientarse si nos guiamos por la indumentaria que lucen algunos decididos pasajeros. Damas y caballeros, algunos muy añejos, lucen galas de fiesta sorprendentemente compatibles con las cestas de picnic y las mesas plegables.

Foto: Marina Soprano

Armani, Westwood, Chanel y compañía se adaptarán con absoluta naturalidad a las comidas sobre la verde hierba. Quienes lo deseen tienen en Glyndebourne algunos distinguidos restaurantes si bien lo que sorprende al novato visitante es, cómo no, el ritual de la merienda-cena al aire libre, una escena que, inevitablemente, nos transporta al siglo XIX y principios del XX y a aquella sociedad que conocimos gracias a la estupenda novela de Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead de la que, como todo el mundo sabe, se realizó aproximadamente veinte años atrás, una serie magnífica y muy fiel a la esencia de la obra original.

Foto: Marina Soprano

Y es que Glyndebourne podría ser Brideshead, esto es , una vetusta propiedad, a veces gris, a veces ocre, según la luz, erigida entre bosques y jardines, distante y, sin embargo cálida, una vieja dama de setecientos años que admite con excelente gusto los añadidos que la modernidad le ha ido colocando hasta dejarla habilitada para que su Festival de Ópera pueda desarrollarse ofreciendo altos niveles de calidad en lo que se refiere a espectáculos y, lógicamente, permitiendo también altos niveles de asistencia. Porque al parecer Glyndebourne es visita obligada de esa sociedad que casi nunca vemos pero que aún existe.

Foto: Marina Soprano

Señores impecables, la mayoría con esmoquin, y damas exquisitas que no parecen tener conciencia alguna de los selectos modelos que lucen, desde los más clásicos, casi decimonónicos, hasta los más audaces y futuristas. No hay que olvidar que en estas fiestas también se cuelan grupos amantes del disfraz más kitch, pero son los menos. En conjunto es un placer observar la naturalidad, la despreocupación propia de quienes a menudo asisten a eventos similares. Se agradece mucho sentirse lejos de las alfombras rojas, de las acartonadas poses de quienes van a competir por el traje más caro o las joyas más vistosas, muchas veces prestadas. Nada que ver con Hollywood y sus horteras oropeles.

El Festival de Glyndebourne fue iniciado por los propietarios de la casa, los señores Christie, primero para disfrute propio y de sus invitados elegidos a dedo por sir John Christie para un aforo de trescientas personas. Este caballero, loco por la música, ordenó la primera ampliación de Glyndebourne para crear un auditorio que alojaba un órgano tan grande como el de cualquiera de las muchas catedrales de las que Inglaterra puede presumir. A su vez, sir John contrató a una soprano canadiense de origen inglés, de East Sussex como él mismo, para conferir a su privado evento musical, un aire de profesionalización. La soprano se llamaba Audrey Mildmay y se casó con sir John Christie poco después de conocerlo. Durante su luna de miel por el continente ambos quedaron hechizados por los festivales de Bayreuth y de Salzburgo. Y así fue como decidieron instituir su propio festival, en una escala menor a los citados y, dedicado sobre todo a Mozart. En 1934, hechas las ampliaciones pertinentes, inauguraron con Le nozze de Figaro el que ya es un clásico de los festivales de ópera de gran prestigio. Hasta 1949 los directores fueron alemanes refugiados en el Reino Unido a causa del régimen nazi que asolaba su país.

Foto: Marina Soprano

Actualmente y gracias a la gestión del propietario actual, sir George Christie, el Teatro de Ópera de Glyndebourne está constituido en una sociedad que cuenta con diversos accionistas, lo que ha permitido que esté abierto a todo el público que desee disfrutar de sus espléndidos espectáculos. Desde el año 1992, el aforo es de 1. 200 butacas. Para ello se erigió un auditorio nuevo, de cuatro pisos y forma oval, construido íntegramente en ladrillo visto y perfectamente integrado a la antigua Glyndebourne House y al verde y húmedo paisaje de la campiña inglesa.

Con motivo del setenta y cinco cumpleaños del Festival de Glyndebourne, sus organizadores, con muy buen tino, han reprogramado diversas producciones que, en su momento, habían cosechado un gran éxito en su teatro. Gracias a dicha iniciativa, el día 26 de junio pudimos ver un Giulio Cesare in Egitto de Händel, naturalmente, que Glyndebourne había estrenado el 14 de agosto de 2005 y del que existe un DVD que es oro en disco. La reposición fue llevada a cabo, prácticamente, por los mismos artistas del reparto original en una audaz e imaginativa producción de David McViccar con guiños manifiestos al género musical, al cabaret y a la estética Bollywood, lo que nunca fue en detrimento de un resultado global extraordinario, que une el sorprendente impacto visual al fiel servicio a la descomunal partitura del músico alemán.

Sara Connolly

Giulio Cesare es Sarah Connolly, una espléndida mezzo , una gran actriz y uno de los hombres más elegantes que pasea su arte por los teatros del mundo. En el Liceu de Barcelona se la pudo ver en esta última temporada cantando el Nerone de L’incoronazione di Poppea de Monteverdi. En ambas obras destaca mucho su porte imperial y en Giulio Cesare desprende una envidiable ironía, propia sólo de los nacidos para pisar las tablas e hipnotizar al respetable. Por citar un sólo ejemplo, su interpretación de Va tacito e nascosto quand’avido è di preda l’astutto cacciator será difícil de igualar en años.

Sara Connolly - Danielle de Niese (Glyndebourne 2005)

The Guardian en su versión digital dice de Connolly que es magnífica, canta tan bien como Andreas Scholl y encima...es mucho más viril. Parece pues que ya está todo dicho sobre este emperador felizmente casada y madre de una niña.



Va tacito e nascosto (Glyndebourne 2005)

Para el papel de Cleopatra también repitió Danielle de Niese, una mujer bellísima a la que se obliga, duramente, a cantar y bailar al mismo tiempo. El resultado es brillante pero agotador para la soprano que, pese a ser muy joven, acusa en algunos momentos cierto cansancio en la emisión. Dado que de Niese es enormemente graciosa y sexy, cuando interpreta Se pietà di me non senti no supe verla en modo de drama. Sus deliciosos contoneos anteriores me habían matado una Cleopatra que también tiene su corazoncito.


V'adoro pupille (Glyndebourne 2005)

Quiero destacar a la mezzosoprano irlandesa Patricia Bardon que, como la mayoría de solistas, estrenó la obra en 2005 y que canta con enorme dignidad y voz perfecta, el triste personaje de Cornelia. Mención especial cum laude merecería la francesa Stèphanie d’Oustrac, otra mezzo de la que se hablará muy bien, si se hace justicia, ya que su Sesto, trágico y doliente, fue aclamado hasta las lágrimas. Su interpretación de la bellísima aria Cara speme atravesaba el alma.

Tolomeo tuvo la voz y la presencia del estupendo contratenor francés Christophe Dumaux, mientras Rachid Ben Abdesian daba vida a Nireno. La impecable Orchestra of the Age of Enlightenment actuó bajo la batuta de Laurence Cummings con un acierto absoluto, larga y merecidamente, premiado por el público.

Fue un extraordinario espectáculo en el que, sin embargo, no faltarían peros: el contraste entre una interpretación buffa de muchos de los pasajes de la obra, por parte de McViccar, no acaba de encajar con los fragmentos ineludiblemente trágicos que tan maravillosamente cantan Cornelia y Sesto.

Aún así volvería a ver y a disfrutar este Giulio Cesare ahora mismo y volvería a aplaudir hasta partirme las manos ante un trabajo tan denso y riguroso.

Habíamos llegado a Glyndebourne a las cuatro de la tarde, el espectáculo empezaba a las cinco, a las siete se paró hasta las ocho y media para repostar, según el gusto de los consumidores y, a las diez menos cuarto, tras las merecidas y largas ovaciones, bajó el último telón. Salimos del recinto y, mientras algunos regresábamos al autocar, otros se iban en sus propios coches, algunos conducidos por chófer de uniforme. Otra vez el acarreo de las cestas y mesas de picnic junto a los vestiditos de satén, los chales y los bolsos plateados. También pudimos ver un grupo de taxistas a quienes no iba a faltarles el trabajo. Quienes volvimos en el tren, desde la estación de Lewes, llegamos a la estación Victoria a media noche. Tomé un café mientras paseaba la mirada entre la gente que ya iba retirando. Estaba algo cansada. Pero también, hay que decirlo con la voz alta y clara estaba, sobretodo, encantada.

Glòria

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