Se ha cumplido un año del regreso de Rolando Villazón a los escenarios, después de la recuperación de su intervención quirúrgica. En el Magazine mexicano music:life, en su sección Fade Out, el 30 de setiembre de 2010 se publicó este bonito relato, que he descubierto hace poco, sin que conste el autor. La caricatura es de Sam. (Y el autor es Emilio Sánchez, según nos dice Marisol en los comentarios, dieciseis meses depués de la publicación del post).
Me parece adecuado publicarlo ahora, porque la expectación que en él se transmite es muy parecida a la que estamos viviendo conforme se acerca su próximo concierto del domingo en el Liceu.
Me parece adecuado publicarlo ahora, porque la expectación que en él se transmite es muy parecida a la que estamos viviendo conforme se acerca su próximo concierto del domingo en el Liceu.
Stefan se siente cansado. Espera sentado en un extremo de la plaza la llegada de su novia Christine. El viento fresco le arroja algunos mechones de cabello sobre el rostro. Los retira con la mano izquierda al tiempo que con la derecha los amarra con una liga. En un movimiento mecánico se tienta el bolsillo de la chamarra deportiva donde habitualmente guarda la cajetilla de cigarros.
En lugar de tabaco ha sentido las dos entradas para la presentación de esta noche. Está en bancarrota: ha tenido que invertir hasta su último euro para comprar los boletos. No le ha quedado dinero ni para fumar.
Lleva ya algunos días en el asunto. Le duele la espalda. Ha pasado las mañanas estudiando en la escuela y las tardes cargando muebles en el almacén de su tío para ganar el dinero suficiente. Incluso ha tenido que pedir prestado para completar. Quisiera beber una cerveza y escuchar un disco de Rammstein. Todavía no entiende de dónde le ha venido a Christine este gusto tan repentino por la ópera.
La mañana en que pusieron los boletos a la venta, Stefan se levantó cuando la ciudad aún estaba oscura y silenciosa. A las 7 de la mañana, al bajar del tranvía, ya había personas esperando que abrieran la taquilla del teatro. Mientras hacía fila, pensaba que estas cosas sólo sucedían con los grupos de pop y rock. La venta inició a las ocho. La gente avanzaba lentamente y, por un momento, Stefan llegó a temer que los boletos se terminaran. Se sintió aliviado cuando por fin intercambio los mil euros que había ahorrado por un par de entradas.
Christine está en camino; no entiende por qué Stefan la ha citado frente a la Ópera Estatal. No se imagina que esta noche escucharán a Rolando Villazón. Sabe bien que el tenor se presenta en la ciudad. Tal vez, con algo de suerte, instalarán pantallas en el exterior para que la gente que no pueda entrar al teatro siga la puesta en escena del Elíxir de Amor de Donizetti.
Stefan da unos pasos por el lugar. Todo es bullicio. La gente conversa animadamente. La mayoría son adultos vestidos con toda formalidad. Sin embargo, algunos jóvenes en jeans y tenis esperan también. Las localidades se agotaron hace varios días.
Algunas personas buscan desesperadamente comprar boletos. Stefan mira sus rostros angustiados. Viena es su ciudad.
Nació aquí y, sin embargo, nunca había visto tal efervescencia por una simple ópera. Sólo por curiosidad se acera a un revendedor. ¿Tienes boletos?, le pregunta. El hombre responde que sólo de plateas altas.
¿Cuánto? El revendedor lo mira con desdén antes de responder: Mil trescientos. Stefan sonríe y se aleja. Piensa si no sería mejor idea vender las entradas y llevar a cenar a Christine. Después de todo ¿qué es lo que él entiende de ópera? ¿Qué es lo que sabe sobre el mexicano que cantará hoy? Christine le ha comentado lo famoso que es en Alemania y Francia. De cómo sus discos están en los charts de la música pop. Le ha hablado de su voz, de la pasión con que canta y de lo simpático y entregado que es. Le ha contado que fue sometido a una operación para removerle un quiste en las cuerdas vocales y que durante el transcurso de un año estuvo retirado. Algunos auguraron el final de su carrera.
Stefan va por ahí. Se empapa del entusiasmo colectivo.
Escucha decir a un hombre barbado que en Berlín se había anunciado antes el retorno a los escenarios de Villazón con la puesta en escena de Eugen Oneguin, pero ha sido Viena la que le ha arrebatado a los alemanes el privilegio de escuchar primero al cantante. Otro más habla de la decepción que le causó enterarse de su cancelación del año pasado en el Festival de Salzburgo.
Mientras Stefan se pregunta el por qué de toda esa expectación siente el contacto suave y frío de unas manos que le tapan los ojos. Es Christine que ha llegado. Ella lo recibe con un beso y él con los boletos que ha sacado del bolsillo. Al ver la sonrisa de su novia, sabe que el dinero ha sido bien invertido. Abrazados entran al teatro. Toman sus asientos. Las conversaciones inundan el local.
En el camerino Rolando Villazón espera impaciente el momento de entrar al escenario. Bromea con sus compañeros. Las semanas han pasado. Las visitas al doctor y la rehabilitación han quedado atrás. No piensa en el frío metálico del instrumental médico, ni en la incertidumbre. No piensa en lo doloroso que ha sido estar alejado de los escenarios, las salas de ensayo y los estudios de grabación durante un año.
La orquesta en el foso termina de afinar. El gran bullicio termina de golpe cuando el director eleva su batuta. Sobreviene la obertura y la cortina roja se levanta y deja ver al coro. Después de algunos compases Villazón entra al escenario con un sombrero de paja y una manzana en la mano. Los asistentes le brindan una prolongada ovación aún antes de que cante una sola nota. Stefan mira de reojo a Christine que observa fascinada. Parece que toda Viena espera el fin de doce meses de silencio. Parece que toda Viena está en pausa, aguardando escuchar la primera estrofa cantada en su regreso por Rolando Villazón.