Ayer, 31 de mayo, era la primera vez que yo asistía a una ópera en el Palau de les Arts y, aunque ya había visto imágenes, me sorprendió la espectacularidad y el tamaño faraónico (léase, a mayor gloria de la dinastía faraónica de turno) del edificio. Como está inscrito en un proyecto más amplio, con otros edificios similares, denominado “Ciudad de las Artes y las Ciencias”, obra de Santiago Calatrava, la impresión que se saca es que alguien pensó: “vamos a hacer una obra espectacular, y luego pensaremos si dentro ponemos un acuario, un teatro de ópera, o un circuito de F1”. Creo que una ciudad como Valencia (y otras menores también, desde luego) merece un buen teatro de ópera, con una programación de calidad, que acabe creando una afición estable donde no la había. Pero ¿hace falta que sea en un edifico mastodóntico, insostenible económica, arquitectónica y ecológicamente hablando?. Que la ópera, como otros aspectos de la cultura, tenga un apoyo financiero público me parece deseable, pero si encima le tenemos que añadir los gastos generados por proyectos arquitectónicos (?) no racionales, me parece excesivo.
Aunque el principal motivo de mi asistencia a esta Tosca fue
la presencia de Bryn Terfel como Scarpia y, en ese sentido, no me vi en
absoluto defraudada.
Algo para alabar: el completo folleto gratuito, de 38
páginas, bien editado, en color, con mucha información. Mucho mejor que algunos
folletos que en otros sitios cobran muy caros, y luego no contienen nada
interesante.
Parece que inicialmente había de hacerse cargo de la
dirección escénica Lluís Pasqual, pero finalmente Jean-Louis
Grinda con la clara consigna, se deduce del montaje, de hacer algo “más
económico”. Me pareció muy acertado el flashforward inicial, en el que se
proyecta las imágenes de Tosca lanzándose del castillo, que son retomadas, más
ampliamente, al final de la ópera. Especialmente pobre, desangelado y poco
imaginativo es el primer acto, correcto
el segundo, más logrado y convincente el tercero.
La ópera se inició de
manera algo soporífera, y se animó cuando salió
Terfel, con el TeDeum, cantado
magistralmente hasta la apoteosis final. En el segundo
acto, como elemento cómico destacado, la
tradicional mesa larga es en este caso de mármol, y los platos, copas,
candelabros, etc, ocupan sólo una cuarta parte, a la derecha. En un momento
dado, Terfel acciona un mecanismo por el cual los otros tres cuartos se
levantan por el otro extremo, formado el inclinado acceso a los calabozos. Pero
el pobre Scarpia no es que apriete un botón y ya está, sino que debe estar un
buen rato dándole al mecanismo, que parece que se le resista o que vaya muy
lento. El tercer acto es el más logrado en todos los aspectos, e incluso el final es acertado y espectacular.
Oksana Dyka empezó bien, al menos me gustó en el inicio,
pero fue empeorando según avanzaba, hasta ofrecernos un Vissi d’arte plano,
rasposo, estridente, nada etéreo. En cambio , Marcelo Álvarez, que en un principio me
pareció carente de todo interés, se fue creciendo, para cantar un muy digno E
lucevan le stelle, con mucha sensibilidad, echando toda la carne en el asador,
y realmente consiguió cantarla muy convincentemente.
Bryn estuvo sensacional, como siempre: y es que es un
cantante que va más allá de la profundidad y terciopelo de su contundente y
bellísima voz. Para Terfel, al igual que para Rolando, se me ocurre un adjetivo
que los define cuando están en escena: intenso. Llenan el escenario, son el
personaje, van más allá del “señor que canta” para ser artistas en mayúsculas,
cantando maravillosamente, interpretando, convenciendo, transportando y emocionando a la audiencia. Eso sólo lo hacen
los muy grandes, esa intensidad proviene, en mi opinión, de una capacidad de
compromiso y entrega, también de una riqueza personal interior, pero,
sobretodo, de un don natural para seducir a la audiencia, que no desea nada más
que ser seducida por el artista al que contemplan.
Su Scarpia es poderoso, complejo y muy atractivo (¿o me confundo con Bryn?). No es el estereotipado malvado de colmillo retorcido que se hace odioso, sino un hombre poderoso que desea a Tosca por delante de todo, y la fuerza de ese deseo le confiere una sexualidad dominante y avasalladora, de una fiereza escalofriante. Nunca me ha gustado la linea argumental de Tosca, supuesta heroina-diva, que prefiere a uno que se dedica a pintar rubias de ojos azules, y, en el colmo del despropósito, acaba matando al que está loco por ella, y encima antes de tiempo, provocando a su vez la muerte del pintor y su propio suicidio. Siempre me ha caido bien Scarpia, pero después de ver a Terfel en el papel, le otorgo el título de personaje más incitante, provocativo y deseable de todo el repertorio operístico.
La
dirección musical de Zubin Metha fue impecable, sacando el mejor lirismo
y toda la intensidad dramática de la magnífica orquesta. El Palau
estaba lleno, y el público aplaudió durante (con algún despiste) y largamente al finalizar.