El viernes 26, sólo cuatro dias después del Elisir de Viena, estaba con Maria Teresa Y Danièle en Berlín, para asistir a la rentrée "de verdad" de Rolando, sin expectación mediática, sin aplausos cuando aparece en el escenario, sin público rendido de antemano a sus pies: su rol de Lensky en Eugene Onegin. La Staatsoper Under den Linden estaba llena a rebosar, el público era en su mayoría alemán, pero tambien se veia gente de diferentes nacionalidades. Mucho vestido de gala, mucha joya, mucha laca, yo diría que más que en la Staatsoper de Viena y, desde luego, mucho más que en la ROH, el Liceu o La Bastille.
Habíamos comprado la entrada a finales de 2009, cuando este era la primera representación en la que estaba anunciado que cantara Rolando. Desde luego, fue un acierto poner antes el Elisir de Viena, pero, en ese momento, no lo sabíamos. A mi personalmente las fotos de la puesta en escena de Achim Freyer no me entusiasmaba en absoluto, la estética clown-mimo nunca me ha gustado y mis expectativas al respecto eran mas bien bajas, aunque no iba con ninguna actitud negativa.
Pero... me encanta lo inesperado, lo que te hace cambiar los esquemas y realmente puedo decir que quede muy, pero que muy impresionada y totalmente conmovida por la fuerza, la expresividad y la inteligencia de la puesta en escena. Es cierto que, si no conoces el argumento de la ópera, sales de allí con la misma ignorancia ... pero no importándote en absoluto. La belleza de la música de Tchaikovsky es extraordinaria, y Freyer la potencia con elementos muy diversos, que no siempre son fáciles de captar en una primera visión de la obra. Juega con el movimiento, la repetición, la asimetria, el color, la luz, los símbolos. Multitud de estímulos te asaltan, y lo que a primera vista parece algo estático, se convierte en un torbellino de referencias, el escenario se engrandece y mires donde mires algo se mueve y te atrapa. No se trata de entenderlo, sino de dejarte llevar, de sumergirte en la música, el color y el movimiento. Si no cantaran, podría ser un espectáculo de danza contemporánea, tiene tal densidad que el argumento estricto no sólo no es necesario, sino que es superfluo. Pero, con el canto, es un espectáculo total.
Dicho esto, me gustaria ver esta ópera varias veces más (con una no tendria bastante) para tratar, sino de comprender, si de captar más elementos de toda la simbología densa que encierra. Que yo sepa, no existe ninguna grabación, es una auténtica pena. ¿Tal vez cabría la posibilidad de que se grabara la última función del 5 de junio? Esa fecha es la del cierre de la Staatsoper por reformas durante muchos meses, e igual se le da un relieve especial y puede quedar constancia en video de esta puesta tan impresionante.
Ahhhh, pero ¿ y Rolando?... ya os pensábais que en este post sólo hablaría de Achim Freyer...pues lo podría haber hecho...me he dejado mucho en el tintero, pero igual no me lo ibáis a perdonar. Lo primero que debo decir es que este rol de Lensky es la exacta antítesis de Nemorino. Aquí nuestro tenor no tiene absolutamente ninguna licencia, ninguno de sus habituales recursos para ganarse a la audiencia: ni una carita de complicidad a su público, ni un juego malabar, ni un saltito que no esté programado, ni un movimiento de cejas seductor. Todos los actores, y Rolando entre ellos, evidentemente, tienen sus movimientos/desplazamientos/expresiones/muecas totalmente milimetrados, y no hay espacio a "rolandada" alguna...aunque él no pude dejar de ser quien y como es...afortunadamente.
Todos los actores llevan una gruesa capa de maquillaje de mimo que hace parecer que lleven máscaras, sus movimientos son robóticos, se busca este contraste entre la emotividad de la música y la frialdad de su expresión corporal. Pero hay alguien en el escenario que, haciendo todos los movimientos según lo dirigido, traspasa la máscara y atrae toda la luz, toda la vida que hay en el escenario. Rolando traspasa su gruesa capa de maquillaje, su traje idéntico a los demás, su coreografía cíclica y espasmódica. Se mueve con una gracia y una belleza plástica realmente extraordinarias. Quedé muy sorprendida de su actuación (luego hablaré de su canto). Sabía de sus muchas y variadas capacidades, pero realmente ignoraba esa expresividad tan refinada e hipnótica. Yo, al menos, no podía apartar la vista de sus movimientos.
Pero hablemos de la música: dirigía Daniel Barenboim, y realmente la orquesta hizo honor a la fama propia y de su maestro. Sonaba magnífica, exultante y era acompañada de unas voces bellísimas, todas de un nivel altísimo, sin ser nombres demasiado conocidos, menos un par de ellos. El trabajo actoral de los cantantes, en este Onegin, es físicamente extuante, para unos más que para otros, y para Rolando, de los que más, con diferencia. Destacaron Anna Samuil, como Tatjana, Rene Pape, como Fürst Gremin y, toda una sorpresa, el para mi desconocido Artur Rucinski como Eugene Onegin.
¿Y Lensky?...pues lo canto un tal Villazón, que acaba de incorporarse depués de una operación ...y que...hizo el Lensky más vibrante, conmovedor, dulce, expresivo y bello que he oído en mi vida (incluso de los suyos propios). Sólo cantar Ya lyublyu vas, la primera aria (airoso, mejor dicho), el público ya lo aplaudió enfervorizado, pero Barenboim cortó los aplausos reemprendiendo enseguida la música. Supongo que quería evitar los seis minutos de aplausos en la primera aparición de Rolando en el Elisir de Viena, o algo similar.
Ya lyublyu vas
El Kuda, kuda también estuvo a tan alto nivel, la voz de Rolando más bella que nunca, modulando, apianando sin perder la tensión emotiva que tiene el aria. Su voz ha ganado en extensión, los graves son más graves y los agudos más luminosos, su canto brilla más y mejor. Pero el sello distintivo de Rolando es esa capacidad para cantar con una ternura extraordinaria que te llega directamente al corazón. Rolando es GRANDE, GRANDE, GRANDE, sólo un artista extraordinario puede cantar de esta manera.
Kuda, kuda
Al final de la obra, el público estalló en aplausos y bravos, largo rato. A Rolando se le veía contento, satisfecho, después de la dureza física de su trabajo escénico. Cuando después pudimos hablar con él, se arremangó el pantalón y nos mostró la ampolla que tenía en la rodilla izquierda, fruto de sus contínuas genuflexiones en escena. Al salir de los camerinos, le esperaba una multitud de seguidores que le rodearon en pocos segundos.
Un éxito total, también en Berlín. Ahora le queda la función del 31 de marzo y la del de de abril, y su último Lensky será el 5 de junio, con las entradas agotadas desde ya hace meses, por ser la última antes del cierre por reformas de la Staatsoper de Berlin (que falta le hacen). Como he dicho antes, espero que antes del cierre aún estemos a tiempo de poder disfrutar de una grabación en video de este extraordinario Eugene Onegin.