24 mars 2012

LAS BATALLAS DE UN TENOR (UN RELATO DE ROLANDO VILLAZÓN)





18-Setiembre-2005
REFORMA http://www.reforma.com/


LAS BATALLAS DE UN TENOR, por Rolando Villazón


El espejo está rodeado de luces que iluminan mi rostro maquillado, que me mira desde él con los ojos ardientes. ¿Quién seré esta noche? ¿Nemorino? ¿Hoffman? ¿Don Carlo? ¿Rodolfo? ¿yo? Romeo. Los vestuarios cuelgan de los ganchos y se balancean un poco; dentro de unos minutos los llenaré de vida, sudor y canto.

Unos jaguares inquietos y peligrosos se revuelven en mi pecho. Los conozco bien: son los nervios, mis aliados. Han estado conmigo en París, en Londres, en Nueva York, en Berlín y en todos los escenarios donde he cantado. Hoy están aquí, en México, y se mueven con especial emoción porque hoy canto en el teatro que me dio a luz: Bellas Artes, mi escuela, mi casa, mi teatro.

Regresar a México es encontrarme con el que fui y sigo siendo, ese niño gritón e hiperactivo que a los dos años se salvó contra todos los pronósticos de una encefalitis, ese pequeñín que era feliz inventando aventuras en la calle con la palomilla de Valle Dorado, el distraido alumno que en el Colegio Alemán aprendió su vocación de inevitable extranjero, el pequeño bufón que se empeñaba en hacer reir a sus compañeros y el feliz chamaco que cantando bajo la ducha fue descubierto por el director de una academia de artes escénicas.

Ese muchacho caótico y extravagante que lo mismo se rapaba la cabeza y se ponía unos lentes redondos tras leer la biografía de Gandhi, como se hacía una armadura de cartón y hojalata para convertirse en un quijote adolescente cuyo Rocinante, una bicicleta nueva que a fuerza de golpes de martillo y azotones en el suelo, se convertiría en tan sólo una tarde en rechinante.

Ese mismo adolescente que como Werther incendió su alma con un amor platónico durante 3 años y que erigió a Domingo como su ídolo y a la literatura como la escultora de sus sueños.

Ese joven cazador de libros que se iba a las librerías de viejo en el centro de la mano de su Virgilio literario, Enrique, a buscar ediciones agotadas de Kazantzakis.

Ése que por las mañanas enseñaba Historia con sus marionetas compradas a un sordomudo, que ni era sordo ni era mudo, en el camellón frente al cine Apolo; ése que por las tardes estudiaba canto y solfeo y vagaba por los pasillos y jardines del Conservatorio Nacional de Música, y que por las noches construía y discutía mundos en las mesas de los Sanborns alrededor del maestro Jaso.

Ése siempre enamorado de Lucía, a quien desde los 16 años le confió su corazón.

El jugador de dominó, el escapista que en su casa tenía siempre la mirada en la calle, el furioso rebelde sobre el diván.

Ese inexperto jinete tratando de dominar su voz, el caballo salvaje que la naturaleza le regaló y que, apenas lograba controlarlo, ya le estaba poniendo alas en los costados para que lo llevara más lejos.

Regreso a México y la gente y los lugares amados hacen vibrar mi alma y es que de aquí, de mi país, me he llevado al mundo todo lo que soy: el sol, la voz y el amor.

Aquí me hice cantante, aquí me casé con la compañera de mis aventuras, aquí aprendí a entregarme como sólo los mexicanos sabemos hacerlo.

Por la tarde tuve una entrevista donde hablé, como en todas, sobre mi vida. "¿Quién es Rolando Villazón?", me preguntó una mujer empuñando una grabadora directamente hacia mi boca.

¿Quién es hoy Rolando Villazón? Un campo de batalla donde feroces demonios y luminosos ángeles se abrazan en cruenta lucha; en medio, tranquilo entre los choques de espadas, los gemidos, el fuego y las flechas silbantes, está el hacedor de máscaras que va modelando rostros, todos iguales y todos diferentes.

Un instrumento musical, una catapulta que quiere arrojar emociones, un hombre lleno de huesos y sangre... y sueños.

Un Peter Pan que ha encontrado en el escenario las aventuras en la Tierra de Nunca Jamás.

Un Prometeo que en lugar de robarle el fuego a los dioses quiso enamorarlos para que se lo regalaran y evitar las entrañas devoradas, un hombre que intenta vivir cada día como si fuera el primero de su vida para sorprender y ser sorprendido.

El orgulloso padre de dos pingos maravillosos, nacidos en París, que ya quieren irse a cantar al escenario con su papá.

Un hombre que canta, que ríe, que sufre a veces, que ama apasionadamente, que toma tequila, que no se raja y que se la juega. Un mexicano, pues.

Ahora me llaman al escenario. Le abro las puertas de las jaulas a los jaguares que se revuelven en mi pecho. Una última mirada al espejo: ya no hay jinete ni caballo: hay un centauro, voz y hombre, uno solo. ¡Adelante, Romeo! Y allá, en el escenario, ¿qué importa quién es Rolando Villazón?