Conocí a Nemorino no en su hora más desesperada pero sí en la más triste. Sucedió una fresca tarde que la lluvia recién pasada había dejado suspendida en un bostezo gris de tierra y hierba mojadas, de sol tácito delineando apenas los oscuros bordes de las nubes y de una tenue neblina empañando el tímido canto que resurgía de las gargantas de los pájaros tras la tormenta. Lo vi en la esquina más lejana del pueblo, sentado bajo un árbol con las piernas recogidas y la mirada puesta en un barquito de papel que navegaba perezoso sobre un hilo de agua. Algo en él me llamó de inmediato la atención; quizá esa nostalgia pura, sin máscaras, desprendida de la manera en cómo observaba al barco, como si fuera la felicidad zarpando sin él. Cerré el libro que iba leyendo y me acerqué.
-¿Es tuyo el barco?- le pregunté con el mero ánimo de entablar conversación.
Su respuesta se perdió en un suspiro. El viento sacudía las hojas de los árboles que tiraban gotitas de agua sobre nuestros rostros y no supe por eso si lo que corría por la mejilla de Nemorino era lluvia o lágrimas. De lejos nos llegaba un vivo rumor de risas y copas entrechocadas, de música y aplausos.
-Hay fiesta en el pueblo- dije -Habrá- su mirada se hundió en la nube mas oscura -habrá, y si fuera mañana sería yo el festejado, pero hoy es otro el que ocupa mi lugar. La mujer que amo, por la que daría hasta mi libertad, se casa esta noche con un valeroso sargento... y yo no soy más que un idiota, pero mañana, cuando ella despierte irremediablemente enlazada al otro, se sentirá de pronto enamorada de mi.
-¿Cómo es eso?-
-Mi dulce Adina nos leyó ayer la historia de la reina Isolda y yo ese mismo día pude beber su mágico elixir de amor pero debo esperar un día entero para que surja su efecto y ella se casa hoy, hoy, ¡hoy!- su puño golpeó tres veces el suelo -hoy, este día oscuro, húmedo y encapotado que es el reflejo de mi alma. Nadie sufre más que yo, pobre Nemorino.
-Mira amigo, ¿ves como entre los ojales que se forman en las nubes se adivina el sol? Quizá logre brillar del todo antes de que llegue la noche. Acaso también en tu alma hay una secreta esperanza abriéndose camino entre tus pesares. Quién sabe si a la vuelta de la esquina hay un milagro esperándote.
-¿Eres cura?-
-¿Perdón?- su pregunta me desconcertó -
Que si eres sacerdote... - volvió a preguntar.
-No- sonreí -alguna vez quise serlo. Mi espíritu confundía entonces la música con el cielo. Yo me dedico a cantar historias.
-A contar- me corrigió.
-A cantar- le confirmé y me miró como quien acaba de toparse con un bicho raro y divertido.
Luego levantó los hombros y volvió su mirada al barquito de papel. Lentamente el canto de los pájaros parecía ir ahuyentando a la bruma.
-¿Dónde conseguiste el licor mágico?
-Me lo vendió el Doctor Dulcamara.
-¿Y si no fuera verdadero?
-¿Por qué no habría de serlo, por qué habría de engañarme el Doctor? Si así fuera, no habría paz en mi alma y preferiría morir como soldado a vivir sin ser amado.
Por su tono de voz comprendí que su hora más desesperada llegaría cuando al desamor se le uniera el descubrimiento del vil engaño.
-¿Te gustan los libros, Nemorino?
-Sí, cuando vienen de los labios de Adina. Yo no se leer.
-Esta- le dije hojeando mi libro- es la historia de un caballero andante. ¿Sabes?, en tus ojos veo una modesta chispa del fuego enorme que encendió el alma del sublime manchego que dio vida a las aventuras que se narran en estas páginas. - Sí, pensé, también tu Nemorino te lanzaste a tu aventura a causa de los libros, también tu tienes una dama por la que estas dispuesto a arrostrar infiernos, también tu ves florecer la honestidad en donde crece la mentira y también tu pasas junto a la burla como el viento pasa junto al estiércol sin mancharse. -Toma- le dije alargándole mi libro maltratado- te lo regalo y que sea Adina, tu Adina, quien te lo lea.
-Gracias- dijo emocionado.
Lo tomó y después de levantar su barquito de papel de un charco me lo regaló a cambio. Nos despedimos dándonos la mano. Su apretón fue firme y su mirada se clavó en mis ojos con una pureza, con una valiente ternura y con una fogosa ingenuidad como no he visto jamás. Y nos fuimos por senderos opuestos.
-!Hey, amigo!- su grito me detuvo- quisiera pedirte un favor.
-Dime. -Prométeme que un día cantarás mi historia.
Sonreí emocionado pero ya no tuve tiempo de responderle. La voz ebria e inesperada de Dulcamara hizo vibrar las esperanzas de Nemorino que de un salto se fue corriendo a su encuentro mientras agitaba la mano en señal de despedida. Y yo me quedé pensando que quizá nuestras alegrías más sólidas son las que se construyen sobre la tierra de desdichas pasadas. Quizá por eso, a veces, nuestras furtivas lágrimas de alegría van acompañadas de una melodía nostálgica y suavemente dolorosa. Un sol grande como la dicha desgarró de pronto los cúmulos y cirros y pintó de escarlata el pueblo y la montaña.
-Te lo prometo Nemorino- murmuré aun sonriendo y me marché navegando sobre el barquito de papel entre los últimos restos de neblina.
Este relato escrito por Rolando Villazón fue difundido en la web d'Amics del Liceu la temporada 2004-2005 coincidiendo con el Elisir del Liceu. También fue aprovechado como material didáctico para los cursos universitarios de Ópera Abierta.
La primera vez que lo leí, pensé: este ademas de cantar es un poeta... Por eso, y por primera vez, NO estoy de acuerdo con Rolando, cuando rectifica a Nemorino diciendo que el no cuenta historias sino que las canta. No señor Rolando, usted "cuenta" historias, lo único es que lo hace cantando. Pero sus interpretaciones rebosan esa sensibilidad y poesía que aquí nos ha mostrado, no es solo (que es muchísimo) un cantante, es un intérprete. ¿O es que acaso no recordamos cuando nos "contó" la historia de Nemorino? Adina podía llorar, pero los que estábamos allí, también, él ERA Nemorino realmente. Otra vez, como aquel día, BRAVO!!!!
RépondreSupprimerHa estat un Nemorino canònic i també un atormentat Des Grieux que, a vegades, ha cridat més del compte però, i això ho sabeu Villazón's girls, ha pronunciat com ningú el nom de Manon, en un sospir sostigut i delicadíssim, al final d'"En fermant les yeux".
RépondreSupprimerBravo pel seu cant i també pel seu somriure.
Ai, si, Glòria, aquests sospirs, que fan perdonar altres coses...
RépondreSupprimerEl que no es pot dir es que sigui pla ni avorrit, aquest noi!
Per cert...que vagis triant aria, guapa! (encara que la Tosca em diu que ja sap quina agafaràs)